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Sociedad Nota de Opinión 515
La twitterización de la información y el fin del debate: una amenaza para la democracia
Domingo 15 de diciembre de 2024 | 09:00
La inmediatez y superficialidad de las redes sociales han transformado el acceso a la información y el debate público, reemplazando la reflexión por insultos y decisiones precipitadas, mientras la desinformación campea sin responsables ni sanciones.
Por: Ezequiel Gomara
La twitterización de la información y el fin del debate: una amenaza para la democracia

Vivimos en una era donde la información se consume en píldoras: tweets de 140 caracteres, titulares llamativos, memes y videos de menos de un minuto. Esta nueva forma de "información instantánea" ha transformado profundamente nuestra manera de entender el mundo y tomar decisiones. 

Sin embargo, detrás de esta aparente democratización del acceso a la información, se esconde un problema alarmante: la superficialidad y la desinformación han desplazado al análisis crítico y al debate racional.

A esta realidad se suma una paradoja aún más inquietante: mientras las redes sociales se consolidan como usinas de desinformación, los medios tradicionales, con una cara visible y regulaciones vigentes, también participan en esta dinámica, sin enfrentar ningún tipo de reproche social, jurídico o político por los daños que generan sus contenidos irresponsables.

El fenómeno que podríamos llamar "twitterización de la información" describe una realidad inquietante: las personas no solo se informan leyendo titulares o memes, sino que también toman decisiones importantes basándose exclusivamente en este contenido superficial. Desde elegir un presidente hasta decidir cuándo comprar dólares o acumular mercadería, las decisiones fundamentales se sustentan en lo que surge de redes como Twitter, Instagram, TikTok o Facebook.

Estas plataformas, lejos de fomentar un análisis profundo, priorizan el impacto emocional y la viralización. Los algoritmos promueven contenido breve y sensacionalista, dejando de lado el contexto y las fuentes confiables. Como resultado, el conocimiento se reduce a fragmentos incompletos que no resisten un mínimo escrutinio.

La decadencia del debate público es otro efecto colateral de esta dinámica. En lugar de argumentar o cuestionar ideas, las discusiones en redes sociales suelen degenerar en insultos y descalificaciones. Este fenómeno no es casual ni espontáneo, sino una estrategia planificada por expertos en comunicación política como Jaime Durán Barba, quien ha perfeccionado el arte de construir "enemigos ficticios".

En Argentina, esta estrategia se evidenció con la creación de figuras como "el kirchnerista" o "el kuka", personajes cargados de atributos negativos diseñados para anular cualquier debate racional. Decirle a alguien "vos sos k" es suficiente para invalidar su opinión sin necesidad de discutir ideas. Esta táctica no solo simplifica el discurso político, sino que también polariza a la sociedad y refuerza la desinformación.

Si bien las redes sociales han transformado el acceso a la información, no podemos perder de vista el rol de los medios tradicionales, como los diarios y la televisión, en este escenario. Estos medios, a diferencia de las redes sociales, tienen caras visibles, responsables editoriales y están regulados por el Estado. Sin embargo, participan activamente en la construcción y difusión de narrativas que desinforman, polarizan y generan consecuencias políticas y económicas devastadoras.

Lo más preocupante es la ausencia de cualquier tipo de reproche hacia estos operadores tradicionales. Ni el Estado, ni las asociaciones deontológicas, ni las organizaciones civiles, ni siquiera la propia sociedad exigen explicaciones o asumen acciones frente a los contenidos irresponsables que publican. Vale todo. Los titulares sensacionalistas y las noticias falsas se viralizan desde estos medios con la misma facilidad que en las redes sociales, pero nadie asume la responsabilidad cuando dichas publicaciones generan crisis políticas, económicas o sociales.

Los medios y las redes sociales no solo fomentan la superficialidad, sino que también son utilizadas como herramientas de desinformación masiva. Las llamadas "usinas de desinformación", operadas por grupos de poder, fabrican narrativas falsas que se viralizan con facilidad. Estas narrativas no solo buscan desinformar, sino también manipular emociones como el miedo, la indignación o el odio para orientar comportamientos.

En este contexto, los medios tradicionales y las redes sociales no son mundos paralelos, sino que funcionan en contubernio. Los grandes grupos económicos y políticos utilizan tanto plataformas digitales como medios convencionales para instalar discursos y desviar la atención de temas sensibles. 

Esto no es casual, sino el resultado de estrategias deliberadas para moldear la opinión pública y proteger intereses particulares.

La decadencia del debate público, la superficialidad de la información y la impunidad de los medios tradicionales y digitales tienen consecuencias directas en la calidad de la democracia. Sin un intercambio de ideas real ni una regulación efectiva, no hay posibilidad de construir consensos ni de abordar los problemas estructurales del país.

Es necesario exigir tanto a los medios tradicionales como a las plataformas digitales una responsabilidad activa en el contenido que difunden. No se trata de censura, sino de establecer mecanismos de control y sanción para quienes propaguen información falsa o sesgada con fines espurios. Al mismo tiempo, la sociedad debe recuperar la capacidad de debatir y reflexionar, abandonando la comodidad de los titulares y memes para profundizar en el análisis crítico.

Conclusión

La twitterización de la información y la falta de responsabilidad de los medios tradicionales han creado un caldo de cultivo perfecto para la desinformación y la manipulación. En un mundo donde la verdad importa menos que el impacto emocional, los ciudadanos se convierten en piezas de ajedrez de los grupos de poder.

La democracia, entendida como un sistema de participación y debate, está en jaque. Recuperar el respeto por el intercambio de ideas y exigir un control responsable de los operadores de la información es indispensable para construir un futuro más justo y transparente.

Si no asumimos esta responsabilidad colectiva, seguiremos siendo víctimas de un sistema que no prioriza ni la verdad ni el bienestar común, sino los intereses de quienes manejan los hilos desde las sombras.

Por: @drezequielgomara (ezequielgomara@gmail.com)
Abogado


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